Desde que me he sumergido en el mundo de las Buenas Prácticas identifiqué una serie de valores que deberían existir en las empresas de nuestro
entorno y que por cultura esos valores son invalidados, no tenidos en cuenta,
dejados a un lado por poco práctico o simplemente porque no son valorados. Digo por cultura porque están tan arraigados
en nuestra forma de actuar que lo vemos como indefectibles.
Lo cierto, es que si tuviésemos la audacia de implementarlo
los beneficios serían tremendos, pero muchas veces se prefiere lo malo conocido
a la posibilidad de mejorar lo que estamos haciendo. Se habla de productividad,
las empresas aspiran ser eficientes, asisten a conferencias donde se tratan
estos reveladores temas, toman formación, pero todo queda en palabras, que no
se concretan en hechos y así seguir todo como siempre.
El otro día dando una formación los alumnos me
comentaban que lo que explicaba les parecía muy bien, muy interesante; pero que
como ellos veían a su empresa les parecía muy difícil incorporar esos hábitos,
no confiaban que los que dirigen la empresa tengan la visión necesaria para
poder implementar acciones de mejora.
Fue muy significativo reconocer esas típicas acciones,
cuando una alumna veía la necesidad de que a la gente se la presione para
obtener resultados. No pensaba que una programación de las actividades realista,
de un equipo motivado que es la mejor forma de hacer las cosas, sino que
pensaba en que necesitaban ser presionados. Como ven es necesario cambio de enfoque.
Las Buenas Prácticas proponen un cambio de cultura de forma
de trabajar, si se sigue anclado en viejas prácticas todo será papel mojado, si
queremos esa ansiada productividad tendremos que ser audaces y esforzarnos por
mejorar.